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El acercamiento eficaz al Espíritu Santo

Los cristianos llevamos grandes tesoros de la Gracia de Dios en nuestro interior. Estos tesoros son entregados por nuestro Padre Celestial entorno al amor infinito que Él nos tiene.

 

El Señor ha confiado sus dones a nuestra frágil condición humana, por ello, no corresponden a nuestros propios méritos, sino al incondicional amor del Padre por sus hijos. 

 

Uno de estos tesoros es el Espíritu de Dios. Los católicos recibimos al Espíritu Santo en nuestro Bautismo y lo ratificamos en nuestra Confirmación. Sabemos que el Espíritu Santo es la esencia divina de Dios, es el soplo de Vida que nos anima y alimenta espiritualmente, nos otorga dones y carismas, y hasta permite producir milagros en nombre de Cristo utilizando a personas como instrumentos del Señor.

 

NUESTRA RENOVACIÓN POR MEDIO DEL ESPÍRITU SANTO

 

Si bien es cierto que la fuerza de Dios nos asiste constantemente, nuestra concupiscencia (tendencia a pecar) hace que nuestro ser carnal se incline hacia el pecado. Cuando nuestra debilidad humana se aleja del amor de Dios, el Espíritu Santo no puede brillar plenamente en nuestro interior, pues el pecado es incompatible con la pureza del Señor. Justamente allí está el gran reto de un cristiano de éxito: "alejarse del pecado y dejar de llevarse de la carne para dejarse guiar por el Espíritu Santo".

 

San Pablo nos resume esta verdad en las siguientes palabras: "El deseo de la carne es rebeldía contra Dios: no se conforma, y ni siquiera puede conformarse al querer de Dios. Por eso, los que están bajo el dominio de la carne no pueden agradar a Dios. Mas ustedes no son de la carne, sino del Espíritu, pues el Espíritu de Dios habita en ustedes. El que no tiene el Espíritu de Cristo no puede ser de Cristo." (Romanos 8, 7-9)

 

De estos versículos de la Palabra de Dios, podemos obtener los tres primeros pasos para dejarnos ungir por el Espíritu Santo:

 

1. PURIFICAR NUESTRA ALMA.- Para que el Espíritu Santo llegue de manera eficaz a nuestra vida, es necesario que renunciemos a la carne y nos purifiquemos abrazando a Cristo. Debemos hacer un buen examen de conciencia y acudir al Sacramento de la Confesión con la finalidad de purificar nuestra alma de los pecados cometidos. Evaluemos cuánto nos estamos alejando de Dios por estar viviendo atados a los deseos de la carne. Dios no puede ingresar en vasijas sucias, por ello es necesario limpiar nuestro corazón del pecado. Hay que perfumar nuestra alma por dentro para que el Señor habite en nuestro interior. 

 

 

2. LIBERAR NUESTRA ALMA.- Dios quiere perdonar nuestro pecado y renovar nuestro interior. Una de las ataduras hacia la carne es la falta de perdón hacia nosotros mismos y hacia los demás. El arrepentimiento y la búsqueda de la paz interior gracias al perdón de Dios, será fundamental para liberar nuestra alma. Por otro lado, debemos perdonar cualquier ofensa que hemos recibido de los demás, si guardamos rencores del pasado con alguna persona, es muy difícil para Dios manifestarse en nuestra vida. Es una gran alegría el poder comulgar con un alma purificada y liberada.

 

3. BUSCAR AGRADAR A DIOS HACIENDO SU VOLUNTAD.-  Si estamos dominados por la carne, no podemos agradar a Dios pues estamos siendo rebeldes contra Él. En consecuencia, para anidar al Espíritu de Dios en nuestro ser, debemos agradar a Dios haciendo su voluntad con un deseo de todo corazón. Renunciar a nuestra voluntad es matar a la carne. Hacer la voluntad de Dios, es prepararnos para recibir el soplo del Espíritu. Tengamos un corazón dócil a Dios.

 

 

 

EL ACERCAMIENTO EFICAZ AL ESPÍRITU SANTO

 

 

Albergar al Espíritu Santo en nuestro interior parece un reto muy complicado, sobre todo si se requiere vivir lejos del pecado y coexistir con un alma en santidad. Pero Dios nos revela que el acercamiento eficaz hacia su Santo Espíritu es posible para todos.

 

Al analizar el contexto de Pentecostés, cuando Jesús otorgó el Espíritu Santo, podemos observar que previamente había un ambiente de oración y unidad, a pesar del temor y la incertidumbre de aquellos días:

 

Todos ellos, perseveraban en la oración y con un mismo espíritu, en compañía de algunas mujeres, de María, la madre de Jesús, y de sus hermanos. (Hechos 1, 14).

 

 

De este versículo podemos obtener las siguientes tres bendiciones para acercarnos de manera definitiva al Espíritu Santo:

 

4. PERSEVERAR EN ORACIÓN.- La oración constante es el vínculo perfecto para conversar con Dios. Entrar en un íntimo diálogo con nuestro Padre Celestial es un blindaje único contra las fuerzas del enemigo, y por supuesto, es la llave para pedir a Dios que derrame su Santo Espíritu sobre nosotros. Cuando sintamos que no tenemos ánimo para salir adelante, pidamos a Dios con todas las fuerzas de nuestro corazón que Él derrame su Santo Espíritu sobre nosotros, hagamos una oración íntima. Jesús mismo nos hizo esta promesa: "Cuánto más el Padre del Cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan." (Lucas 11, 13b).

 

Perseverar en oración es la antesala del alma para recibir al Espíritu Santo. Podemos notar que cuando hay una efusión del Espíritu en una congregación, la oración constante es imprescindible. Que a lo largo del día podamos hacer oración (conversar con Jesús) para que nuestros pensamientos estén más cerca de Dios, y a su vez más lejos de las tentaciones y de la carne. 

 

5. PERMANECER EN UN MISMO ESPÍRITU.- La unidad dentro de un mismo espíritu, dentro de un mismo sentir, es clave para que el Espíritu Santo se manifieste. De hecho, el aniversario de la Iglesia Católica se celebra en justamente en Pentecostés, pues cuando Jesús derramó su Santo Espíritu a la congregación apostólica, la Iglesia comenzó de manera formal. Así ha permanecido hasta nuestros días: una Iglesia unida con diferentes carismas, pero con un mismo sentir. El Espíritu Santo nos da paz y se derrama en un ambiente de paz y unidad. 

 

6. ACUDIR A NUESTRA SANTA MADRE MARÍA.- Volvemos nuestra mirada a María, nuestra Madre. Dios nos ofrece a su Santo Espíritu, y un tesoro eficaz para recibirlo es por medio de la intercesión de la Virgen María. Ella es la Esposa del Espíritu Santo, presta a hacer la voluntad de Dios y dispuesta a llevarnos de la mano hacia Jesús. En el pasaje bíblico de Hechos 1, 14 notamos como María tiene un espacio específico que resalta sobre el resto de mujeres del colegio apostólico antes de la llegada del Espíritu Santo. 

 

Nuestra Madre del Cielo nos podrá guiar a ser mejores cristianos, más santos para poder recibir al Espíritu de Dios. Ella recibió al Espíritu de Dios en la Anunciación, y pudo acompañar en oración a los apóstoles a manera de preparación para recibir tan hermosa experiencia en Pentecostés:

 

"Al llegar el día de Pentecostés, estaban todos reunidos en el mismo lugar. De pronto, vino del cielo un ruido, semejante a una fuerte ráfaga de viento, que resonó en toda la casa donde se encontraban. Entonces vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos. Todos quedaron llenos del Espíritu Santo, y comenzaron a hablar en distintas lenguas, según el Espíritu les permitía expresarse." (Hechos 2, 1-4).

 

Me imagino a María dando palabras de ánimo en medio de los apóstoles, en aquellos momentos de temor, antes de la llegada del Espíritu Santo. Ella previamente tuvo la experiencia más hermosa con el Espíritu Santo, quien se derramó en su santo vientre para concebir a Jesús nuestro salvador. San Luis Grignon de Montfort afirmó lo siguiente: “A los que aman a María, el Espíritu Santo se abalanza en sus almas.”

 

 

Recuerda esto:

 

El Espíritu Santo permite que nuestra humanidad se fortaleza interiormente. Por tanto si no intimamos con el Espíritu de Dios, nos perderemos de muchos regalos de nuestro Padre. Cuando pecamos por nuestra debilidad humana, nos alejamos del Espíritu Santo, pero podemos acercarnos nuevamente con más fe y más fuerza de la siguiente forma eficaz: purificando nuestra alma con la confesión, liberando nuestra alma con el perdón, buscando agradar a Dios al aceptar su voluntad, perseverando en la oración, permaneciendo en unidad, y acercándonos a nuestra Madre María.

 

Que el Espíritu Santo llene nuestras vasijas de barro con el oro puro de Dios.

 

Con afecto,

Javier

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