Cuidar de nuestra salud debe ser un hábito que debemos cultivar día a día. Ciertamente, la salud es un tesoro que precisa ser custodiado tanto en nuestro cuerpo como en nuestra alma.
Un error que cometemos, es vivir como si nunca fuésemos a enfermar, haciendo cosas que perjudiquen nuestra integridad física y espiritual. Vivimos al filo del riesgo, de los vicios, del consumismo.
La salud integral que debemos atesorar se enmarca en una integridad del cuerpo y del alma, pues estaremos completamente sanos solamente si tenemos buena salud tanto física como espiritual. La salud física conlleva a buenos hábitos alimenticios, cuidados médicos, actividad física. La salud espiritual conlleva a una excelente relación con Dios, a mantener pensamientos de bienestar, a participar de los sacramentos.
"La salud y el vigor valen más que todo el oro; y el cuerpo robusto, más que una inmensa fortuna. No hay mejor riqueza que la salud del cuerpo, ni mayor felicidad que la alegría del corazón." (Eclesiástico 30, 15-16)
Tanto para la salud del cuerpo, como para la salud del alma, existen en el mundo, personas que nos pueden apoyar a fortalecer estos aspectos de forma integral. No obstante, cuando nuestras esperanzas se centran en Dios como primicia de todo, las personas y circunstancias se convierten en instrumentos para nuestro beneficio.
Cuando vivimos un camino alejados de Dios, sin darnos cuenta estamos destruyendo nuestra salud física y espiritual, comenzamos a experimentar situaciones que dañan una parte de nuestro cuerpo y nuestra alma, y sin darnos cuenta, de a poco nos estamos enfermando. Lastimosamente, hay quienes culpan a Dios de su enfermedad física o de su sequía espiritual, sin detenerse a pensar que Dios no es el causante de los males que los aquejan, sino ellos mismos
¿Cuántas veces nos ha pasado que hemos dado la espalda a un buen consejo, o hemos caído en una espiral de pecado, cuántas veces hemos cerrado las puertas de nuestro corazón a Dios que está dispuesto a entrar?.
El alcohol, la droga, la vida sedentaria, los malos hábitos alimenticios destruyen la salud física. El pecado destruye la salud del alma. Si estamos conscientes de que estas causas traen efectos funestos a nuestras vidas, es momento de tomar el liderazgo de nuestras vidas, del templo sagrado que llevamos en este mundo y renovarnos con firmeza.
Jesús está presente en nuestras vidas para que sigamos sus pasos. Cuando las horas desaliento nos acechen, busquemos a Cristo quien podrá consolarnos. Jesús es la fuerza capaz de remover las piedras en nuestro camino. Jesús es el refugio en donde nuestro cuerpo y nuestra alma encontrarán tranquilidad y salud. Jesús es la sinceridad que sabe corresponder a la franqueza de nuestros actos, Jesús es la esperanza que robustece nuestra fe en los momentos más difíciles.
"Vengan a Mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré." (Mateo 11, 28)
Si pudiéramos comprender el maravilloso amor que Dios nos tiene, no perderíamos el tiempo cayendo en cosas que nos enfermen el cuerpo y el alma, al contrario buscaríamos una vida de sanidad en santidad. Jesús es el remedio y el bálsamo de Vida Eterna que cura nuestro cuerpo y nuestra alma. Tomemos las riendas de nuestra vida con Dios adelante y esforcémonos por vivir sanos, alegres y bendecidos.
Con afecto,
Javier
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