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La valentía del cristiano

La valentía que nos  identifica como cristianos, es mantenernos firmes en los caminos de Dios hasta el último suspiro de nuestra vida terrena.

 

En medio de numerosas luchas a las cuales nos enfrentamos día a día para perseverar una vida cristiana, sabemos que tenemos la Misericordia de Dios para lograrlo. 

 

Eso sí, es importante que de nuestra parte haya un compromiso de buscar a Dios, aun cuando nuestras acciones no sean las de su Voluntad. Así como el cuerpo necesita ejercicio físico para mantenerlo sano, nuestra alma necesita de una constante búsqueda de Dios para mantenernos fuertes espiritualmente.

 

Sabemos que de nuestra parte nos fortalecemos por medio de la oración, de la práctica de los sacramentos, de obrar con los frutos del Espíritu, de hacer obras de misericordia, de evaluarnos una vez al día con un examen de conciencia. Dios nos brinda diversas opciones para que nuestra cercanía a su amor no se rompa. Debemos apreciar el camino al cielo como nuestra mayor meta, y ciertamente todo atleta que busca la meta debe entrenarse.

 

Jesús nos invita a participar del dulce camino hacia la Vida Eterna, siendo Él nuestro entrenador espiritual. Por ello, debemos evaluar cómo estamos llevando nuestra forma de vivir. Debemos desechar de nuestro ser toda forma de vida irresponsable, y tomar conciencia que somos hijos amados del Señor.

 

Hoy en día, vemos a mucha gente que se cansa de perseverar y abandona su realeza otorgada por Dios para ir en búsqueda de diversiones pasajeras o satisfacciones sin sentido que al final terminan dejando un vacío interior. Un cristiano no puede concebir su vida como simples seres que vagan por el mundo sin un propósito, sin una meta, sin alguien a quien amar.

 

La valentía del cristiano es ponerse de pie, tomando la mano de Dios, ya que la vida terrenal es una lucha que no para, la vida es un constante comenzar y recomenzar que a veces nos cansa, pero el Señor nos invita a tomar un descanso para recobrar fuerzas y seguir adelante. Es inevitable la existencia de dificultades en nuestro camino, pero sería tonto dejarnos llevar por la monotonía o la inercia cuando Dios está buscándonos siempre para darnos fuerza. 

 

Los cristianos tenemos un deber de amor, que aceptamos libremente, ante la llamada de la gracia divina: una obligación que nos anima a luchar con tenacidad, porque sabemos que somos frágiles como humanos, pero invencibles como hijos de Dios. Nuestra perseverancia nos invita a ser militantes en el Reino de Dios, a ser soldados de Cristo, a entrenarnos día a día a su lado para la meta suprema: El Paraíso.

 

 

Para los cristianos, el combate espiritual es una necesidad, porque es un entrenamiento que va a fortalecer nuestro carácter en medio de nuestras debilidades interiores. Por este motivo, si no luchamos o al menos lo intentamos, estaremos traicionando a Jesús y dejando que el enemigo gane terreno. Todos los que buscamos seguir a Cristo estamos batallando en una lucha diaria, así como los discípulos que fueron capaces de seguirlo en su entrada triunfal en Jerusalén, pero casi todos lo abandonaron a la hora de su Pasión en la Cruz.

 

Ser débiles o tener miedo no es el problema, el problema es quedarnos hundidos sin buscar a Dios, dejando que nuestra vida se oscurezca. Entonces hay que levantarnos con la victoria de Cristo y proclamar su grandeza en nuestras alegrías y en nuestras dificultades. Dios jamás nos dejará luchar solos, Él es el Capitán de nuestra lucha y nosotros sus soldados.

 

Ser cristiano no es sinónimo de mera satisfacción personal, al contrario, es un compromiso para salvar nuestra alma y ser luz para que otras almas se salven:

 

"Ustedes, en cambio, son una raza elegida, un sacerdocio real, una nación santa, un pueblo adquirido para anunciar las maravillas de Aquel que los llamó de las tinieblas a su admirable luz." (1 Pedro 2, 9)

 

Ser cristiano es una divina realidad que debe anidarse en lo más íntimo de nuestro ser, que nos llama a un profundo servicio de amor y entrega a Dios y al prójimo. Al cristiano firme no le interesa los prestigios de ambición y soberbia. Al cristiano firme le satisface hacer algo para que otros alegren su corazón. Seguir a Cristo no significa permanecer indiferentes ante las aberraciones del mundo. Nuestra fe cristiana nos lleva a apreciar al mundo como la Creación de Dios y entregar un granito de arena para embellecerla y reconocer nuestra dignidad real y reconocer la dignidad real de los demás.

 

 

"Tú, como hombre de Dios, lleva una vida de rectitud, piedad, fe, amor, paciencia y mansedumbre. Lucha en el noble combate de la fe, conquista la vida eterna a la que has sido llamado y de la que hiciste tan admirable profesión ante numerosos testigos." (1 Timoteo 6, 11-12)

 

Dios nos da la libertad para ser dueños de nuestros propios actos y con su Gracia podemos construir nuestro destino eterno.

 

 

ORACIÓN DE PAZ

 

Señor, haz de mí un instrumento de tu paz.

Donde haya odio, que yo ponga amor.

Donde haya ofensas, que yo ponga perdón.

Donde haya discordia, que yo ponga unión.

Donde haya error, que yo ponga verdad.

Donde haya duda, que yo ponga fe.

Donde haya desesperanza, que yo ponga esperanza.

Donde haya oscuridad, que yo ponga luz.

Donde haya tristeza, que yo ponga alegría.

 

Haz que no busque tanto

el ser consolado como el consolar,

el ser comprendido como el comprender,

el ser amado como el amar.

 

Porque dando es como se recibe,

olvidándose de sí mismo es como uno se encuentra,

perdonando es como se obtiene perdón,

 

y muriendo, en Ti, nazco para la Vida Eterna.

(Oración atribuida a San Francisco de Asís)

 

 

Con afecto,

 

Javier

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