En nuestra vida hay tantas ocupaciones, hábitos y rutinas que las tomamos, para llevar a cabo nuestros objetivos.
En medio de esta vida llena de afanes, debemos evaluar con sinceridad cómo está nuestra relación con Dios. Sabemos que la oración es el perfecto vínculo que disponemos para intimar con nuestro Padre Celestial.
En ocasiones solamente nos acordamos de Dios cuando nos llegan dificultades, pero sería excelente el poder agradecer a Dios cuando todo marcha bien. Cuando establecemos un hábito diario de oración, sentiremos de inmediato cómo Dios conduce nuestra vida hacia la perfección espiritual. La oración nos permite entender el amor de Dios en su máxima expresión.
Santa Teresita definió a la oración de manera elocuente: "La oración es un impulso del corazón, es una relación, una simple mirada lanzada hacia el cielo, un grito de gratitud y de amor".
La oración es el poder tangible de Dios, manifestado en todo su esplendor, que fortalece nuestra confianza en Él y nos perfecciona como seres humanos. Las batallas más grandes de nuestra vida se ganan con el poder de Dios.
En la Biblia, hay muchos relatos de cómo Dios ayuda a sus hijos. Uno de ellos es la victoria de Israel sobre Amalec:
"En aquellos días, Amalec vino y atacó a Israel en Refidim. Moisés dijo a Josué: «Elige a algunos de nuestros hombres y ve mañana a combatir contra Amalec. Yo estaré de pie sobre la cima del monte, teniendo en mi mano el bastón de Dios». Josué hizo lo que le había dicho Moisés, y fue a combatir contra los amalecitas. Entretanto, Moisés, Aarón y Jur habían subido a la cima del monte. Y mientras Moisés tenía los brazos levantados, vencía Israel; pero cuando bajaba los brazos, vencía Amalec. Como Moisés tenía los brazos muy cansados, ellos tomaron una piedra y la pusieron donde él estaba. Moisés se sentó sobre la piedra, mientras Aarón y Jur le sostenían los brazos, uno a cada lado. Así sus brazos se mantuvieron firmes hasta la puesta del sol. De esa manera, Josué derrotó a Amalec y a sus tropas al fino de la espada." (Éxodo 17, 8-13)
Este relato nos confirma que la oración debe ser constante, que así como Moisés, no debemos bajar los brazos al primer tropiezo, que no estamos solos. La oración debe ser un hábito diario tanto en la alegría como en las dificultades. De Dios viene nuestra victoria. Nuestras oraciones deben trascender más allá de nuestras propias necesidades, pues también podemos orar por las necesidades de otras personas. A esto se llama: intercesión. Como en el relato bíblico, Josué dirige el combate, pero Moisés intercede ante Dios con su bastón levantado hacia el cielo.
Así como podemos interceder por otros ante Dios, también podemos pedir ayuda a otras personas para que oren por nosotros. Como Iglesia, estamos llamados a unir esfuerzos en oración, es nuestra arma espiritual contra cualquier abatimiento. Finalmente, también podemos pedir ayuda a nuestra Madre María para que interceda por nosotros. Dios nos ha dado también a los santos para que intercedan por nuestras dificultades. No olvidemos hacer una oración por las almas del purgatorio, nosotros también podemos ser intercesores de la gracia de Dios.
La oración tiene poder, el poder de Dios. Oremos siempre, llevemos una vida de oración.
Con afecto,
Javier
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