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Creados para la Vida

Estos tiempos han sido valiosos para encontrarnos con Dios de manera más íntima.

 

Vivir una cuaresma diferente en este tiempo, nos permite entender que la muerte no es el final de nuestra vida, pues de la mano de Jesús hay una Vida Eterna que nos espera.

 

Son tiempos en los que debemos aferrarnos a Cristo con alma, vida y corazón, como el amigo que nunca falla, como el pastor que busca a sus ovejas que se han perdido para rescatarlas de los peligros del mundo. Jesús es quien sufre con nosotros, quien siente el dolor que hay en nuestro corazón y sabe cómo levantarnos.

 

Jesús es el único ser que siendo Dios fue también humano. Y en su condición carnal y a la vez divina, congregó de manera perfecta el plan de salvación para la humanidad, pues sabe cómo somos, sabe cómo sentimos, sabe cómo se siente ser humano y siendo Dios sabe cómo ayudarnos.

 

El Evangelio de la resurrección de Lázaro nos lleva a entender a Jesús en esta completa naturaleza, cuando llora por la muerte de su amigo Lázaro como cualquier humano, pero lo resucita como verdadero Dios. 

 

También vemos el llanto de las hermanas de Lázaro: María y Marta quienes, tuvieron una fe inmensa en Jesús, a pesar de que eran diferentes, María pendiente de Jesús y Marta pendiente de las cosas del mundo (recordemos el relato en Lucas 10, 38-42). Al final, por su fe y amistad con Jesús, vieron la Gloria de Dios en su hermano Lázaro que volvió a la vida. Sin duda, Jesús nos ama a todos, a los que están más cerca de Él o a los que lo siguen pero de lejos. Si al final nos abrazamos con Cristo, lo pasado será irrelevante pues una nueva Vida en Cristo es nuestro presente y futuro.

 

Finalmente, Jesús nos quita las ataduras del pecado, tal como lo hizo con las ataduras de Lázaro en su tumba. El Evangelio nos manifiesta el amor, la fe, la entrega, la esperanza en el dolor y a Jesús siendo el Dios amigo para darnos la Vida:

 

 

 

"Había un hombre enfermo, Lázaro de Betania, del pueblo de María y de su hermana Marta. María era la misma que derramó perfume sobre el Señor y le secó los pies con sus cabellos. Su hermano Lázaro era el que estaba enfermo. Las hermanas enviaron a decir a Jesús: «Señor, el que tú amas, está enfermo». Al oír esto, Jesús dijo: «Esta enfermedad no es mortal; es para gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús quería mucho a Marta, a su hermana y a Lázaro. Sin embargo, cuando oyó que este se encontraba enfermo, se quedó dos días más en el lugar donde estaba. Después dijo a sus discípulos: «Volvamos a Judea». Los discípulos le dijeron: «Maestro, hace poco los judíos querían apedrearte, ¿quieres volver allá?». Jesús les respondió: «¿Acaso no son doce la horas del día? El que camina de día no tropieza, porque ve la luz de este mundo; en cambio, el que camina de noche tropieza, porque la luz no está en él». Después agregó: «Nuestro amigo Lázaro duerme, pero yo voy a despertarlo». Sus discípulos le dijeron: «Señor, si duerme, se curará». Ellos pensaban que hablaba del sueño, pero Jesús se refería a la muerte. Entonces les dijo abiertamente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por ustedes de no haber estado allí, a fin de que crean. Vayamos a verlo». Tomás, llamado el Mellizo, dijo a los otros discípulos: «Vayamos también nosotros a morir con él». Cuando Jesús llegó, se encontró con que Lázaro estaba sepultado desde hacía cuatro Días. Betania distaba de Jerusalén sólo unos tres kilómetros. Muchos judíos habían ido a consolar a Marta y a María, por la muerte de su hermano. Al enterarse de que Jesús llegaba, Marta salió a su encuentro, mientras María permanecía en la casa. Marta dio a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto. Pero yo sé que aun ahora, Dios te concederá todo lo que le pidas». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta le respondió: «Sé que resucitará en la resurrección del último día». Jesús le dijo: «Yo soy la Resurrección y la Vida. El que cree en mí, aunque muera, vivirá: y todo el que vive y cree en mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?». Ella le respondió: «Sí, Señor, creo que tú eres el Mesías, el Hijo de Dios, el que debía venir al mundo». Después fue a llamar a María, su hermana, y le dijo en voz baja: «El Maestro está aquí y te llama». Al oír esto, ella se levantó rápidamente y fue a su encuentro. Jesús no había llegado todavía al pueblo, sino que estaba en el mismo sitio donde Marta lo había encontrado. Los Judíos que estaban en la casa consolando a María, al ver que esta se levantaba de repente y salía, la siguieron, pensando que iba al sepulcro para llorar allí. María llegó adonde estaba Jesús y, al verlo, se postró a sus pies y le dijo: «Señor, si hubieras estado aquí, mi hermano no habría muerto». Jesús, al verla llorar a ella, y también a los judíos que la acompañaban, se conmovió hasta el alma, preguntó: «¿Dónde lo pusieron?». Le respondieron: «Ven, Señor, y lo verás». Y Jesús lloró. Los judíos dijeron: «¡Cuánto lo amaba!». Pero algunos decían: «Este que abrió los ojos del ciego de nacimiento, ¿no podría impedir que Lázaro muriera?». Jesús, conmoviéndose nuevamente, llegó al sepulcro, que era una cueva con una piedra encima, y le dijo: «Quiten la piedra». Marta, la hermana del difunto, le respondió: «Señor, huele mal; ya hace cuatro días que está muerto». Jesús le dijo: «¿No te he dicho que si crees, verás la gloria de Dios?». Entonces quitaron la piedra, y Jesús, levantando los ojos al cielo, dijo: «Padre, te doy gracias porque me oíste. Yo sé que siempre me oyes, pero le he dicho por esta gente que me rodea, para que crean que Tú me has enviado». Después de decir esto, gritó con voz fuerte: «¡Lázaro, sal de ahí!». El muerto salió con los pies y las manos atados con vendas, y el rostro envuelto en un sudario. Jesús les dijo: «Desátenlo para que pueda caminar». Al ver lo que hizo Jesús, muchos de los judíos que habían ido a casa de María creyeron en Él." (Juan 11, 1-45)

 

Dios nos bendiga

Javier

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