· 

Un día brillante

Los seres humanos solemos ser fácilmente susceptibles de olvidar lo que  es realmente importante, debido a nuestro ritmo de vida.

 

Hemos vivido en un mundo muy similar a un auto que acelera sin dirección, o quizá con dirección pero con una velocidad inestable. El trabajo, los problemas, la economía, la política, y los quehaceres rutinarios han dejado atrás a un modo de vida simple, relajado, pacífico.

 

Tuvo que detenerse el auto a la fuerza, para detenernos a pensar y hacer lo que antes parecía casi imposible, puesto que no había tiempo suficiente.

 

Ahora que tenemos más tiempo, el tiempo necesario para tomar un respiro, debemos evaluar si estamos aprovechando al máximo o si estamos peor que antes.

 

Los dos casos existen en esta realidad. Tuvimos la elección devolver la mirada a Dios para que nos restaure; también pudimos escoger a una vida vacía, más superficial que la de antes. Por eso hay quienes hoy por hoy están más felices, pero también hay quienes ya no aguantan más su "vida".

 

Estamos protegidos, no encerrados. Tenemos fe, no miedo. Tenemos oportunidades, no desgracia. Tenemos esperanza no amargura. Hoy es el momento perfecto para reinventarnos, para afianzar nuestra relación con Dios, con nuestra familia, con nosotros mismos. La tormenta es el momento oportuno para esperar un nuevo amanecer. 

 

Tanto tiempo para meditar, nos lleva a valorar más lo que quizá antes no era lo suficientemente valorado. El amor maternal es un tesoro tan puro que el mismo Dios sintió este amor único de la mano de María. El amor de Dios se fundió a plenitud con el amor humano por medio de la Virgen Santísima. El plan de Dios desde su creación tuvo a María como coheredera del reino de Cristo. Si bien es cierto el pecado de Adán y Eva rompió la relación armónica entre el ser humano y Dios, nuestro Padre Celestial hizo una promesa de Salvación que brilló de la mano de María y sentenció al demonio:

 

"Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y el suyo. Él te aplastará la cabeza y tú le acecharás el talón". (Génesis 3, 15)

 

Pertenecemos al linaje de Dios, pero también al linaje de María. Cristo aplasta la cabeza del enemigo y María es nuestro amparo, el Rey está unido a la Reina, el Salvador está unido a su Madre, a nuestra Madre. Los amigos de Dios no podemos ser amigos del pecado.

 

 

Pero Dios también nos entregó la bendición de tener una madre terrenal, una bella joya que siendo humana, con sus aciertos y errores, nos dio lo mejor de sí. Quienes tenemos la gracia de compartir con nuestra madre, podemos abrazar la vida con más facilidad. Con una madre estamos llenos de dicha, de consejos, de sabiduría. Por ello es importante cuidar el núcleo familiar, que en él reine el amor de Dios, la alegría, la solidaridad, la paciencia y el perdón.

 

Podemos escribir versos y brindar los mejores detalles del corazón, sentirnos libres y agradecidos por nuestras madres y con Dios, es posible que antes no pudimos compartir con mamá como ahora, por ello, aprovechemos este tiempo diferente. Ya lo dice el refrán: "Madre hay una sola", no esperemos a perderla para valorarla como ella se lo merece. Y si ella ya está en el cielo, que nuestra vida sea ejemplar para que podamos estar junto a ella en la Vida Eterna. No olvidemos que todas las tribulaciones del mundo deben ser llevadas con Jesús, al final vendrá el Cielo. 

 

"Honra a tu padre y a tu madre, como el Señor, tu Dios, te lo ha mandado, para que tengas una larga vida y seas feliz en la tierra que el Señor, tu Dios, te da." (Deuteronomio 5, 16).

 

¡Qué vivan las madres, qué viva nuestra Madre María, qué viva la familia!

 

Saludos y bendiciones en el nombre de Jesús y María.

Javier

Escribir comentario

Comentarios: 0